Mi encuentro con los aceites esenciales fue casual, en una feria compré aceite esencial de lavanda y esa misma noche puse unas gotas en mi almohada. Y sí, fue un flechazo inesperado, y desde entonces forman parte de mi vida diaria.
Los aceites esenciales son la personalidad de la planta, son su esencia. Y extraer la esencia de una planta es una manera de aislar su fuerza vital. Su acción terapéutica actua a un nivel más elevado y sutil que el de la planta entera. Al ser sustancias orgánicas actúan en armonía con las fuerzas naturales del organismo humano y se encargan de producir un estado de equilibrio y bienestar en nuestro cuerpo.
Cuando utilizamos aceites esenciales interactúan con nuestro organismo a nivel corporal, mental y emocional. Tienen una gran capacidad terapéutica y por eso han de ser utilizados de un modo prudente y adecuado.

ACEITES ESENCIALES Y LA PIEL
El estado de nuestra piel refleja con frecuencia el del cuerpo, que a su vez refleja el de la mente y el de nuestras emociones. Utilizarlos en cosmética natural es una manera de equilibrar armónicamente nuestra piel y nuestras energías.
Los aceites esenciales se pueden emplear eficazmente en el cuidado de la piel porque son absorbidos fácilmente y penetran hasta las capas más profundas de la dermis, pasando desde allí a nuestra sangre y nuestros órganos. Su fuerza terapéutica es inmensa.
El aroma de los aceites esenciales es uno de los motivos por los que se utilizan en cosmética, pero para mí es mucho más importante su valor regenerador y estimulante de nuestra piel. Es importante al utilizarlos en cosmética encontrar un punto de equilibrio entre la fragancia y las propiedades que tienen para nuestra piel.